En el post anterior "Inteligencia emocional en la vida cotidiana" estuvimos hablando de qué era la inteligencia emocional y cómo gestionar emociones. En este artículo vamos a seguir profundizando en la gestión emocional.
Una de las características de las emociones es que suelen aparecer sin pedir permiso. Estamos en una reunión de trabajo y nos toca hablar en público y, aunque no queramos, nos sentimos nerviosos. Tengo un problema con mi pareja y, sin llamar a la puerta, aparece el el enfado. Perdemos a un ser querido y la tristeza se queda a vivir con nosotros. Por mucho que nos empeñemos, nos cuesta deshacernos de estas emociones, que, sostenidas en el tiempo, pueden convertirse en estados de ánimo y pueden condicionar que nos desenvolvamos adecuadamente en nuestra vida cotidiana. Y, ¿qué podemos hacer ante algo tan inmediato y poco controlable?
La relación entre lo que hago, lo que pienso y lo que siento
Lo que hago
Lo que pienso
Los pensamientos son un aspecto central en nuestro mundo emocional. Solemos pensar que pensamientos y emociones son algo independiente, pero cada vez está más claro que son dos aspectos absolutamente relacionados. Cuando sentimos tristeza, por ejemplo, no dejamos de pensar. Más bien, pensamos de una forma concreta, que podríamos considerar menos "lógica". En el caso de la tristeza los pensamientos adquieren una tonalidad negativa, habiendo una pauta de pensamiento asociada a cada emoción. Y aquí tenemos otra clave de la gestión emocional. Las emociones condicionan nuestros pensamientos, pero también podemos recorrer el camino contrario, los pensamientos influyen en lo que sentimos. Y es que nuestro lenguaje interno, es decir, lo que nos decimos sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea, condiciona nuestras emociones. ¿Cómo podemos relacionarnos con nuestros pensamientos para así gestionar mejor nuestras emociones? A continuación se presentan varias pautas:
- Ser consciente de nuestros pensamientos. Al igual que hacernos conscientes de nuestras emociones nos da la posibilidad de gestionarlas, el ser conscientes de nuestro lenguaje interno es el primer paso para gestionarlo. Esto es un paso fundamental, ya que, que no seamos conscientes no significa que no nos afecte, sino más bien todo lo contrario, nos afecta, pero sin darnos cuenta de cómo nos afecta.
- No creernos todo lo que pensamos. Tendemos tendencia a dar la categoría de verdad a todo lo que pensamos, pero esto no tiene por qué ser así. Si, por ejemplo, tenemos el pensamiento negativo "soy un inútil" esto me va a provocar emociones negativas, pero nos podemos plantear si esto es cierto, podemos poner en tela de juicio esta idea.
- Aprender a discutir adecuadamente estás ideas. Siguiendo el ejemplo anterior nos podemos plantear si es verdad que soy un inútil, si es en todos los aspectos de mi vida o solo en aspectos concretos, habrá que tener en cuenta las circunstancias concretas que me han llevado a actuar de una forma determinada, etc. Poco a poco vamos a ir limando esa idea y se va a ir acercando a algo más real y, lo que es más importante, nuestra reacción emocional va a ser menos drástica. Puede ser que me siga sintiendo mal, pero de una forma más adaptativa, aprovechando esa emoción negativa para realizar cambios y no convirtiéndose en un lastre que dificulte y nos limite en nuestra vida diaria. Lo mismo se podría aplicar a la interpretación de distintas situaciones de la vida. Lo que pensemos sobre ellas va a provocar en nosotros una respuesta emocional.